sábado, 16 de mayo de 2015

Chocolate Blanco


La historia de cómo un padre y tres reyes enfrentados por un mismo manjar solucionaron las dudas de un niño.

Este es un niño de tan solo siete años que espera con mucho entusiasmo que su padre le venga a buscar al colegio. Vivían a unos veinte minutos caminando del colegio. A Pablo le gustaba el colegio, era un alumno destacado en cuanto a lo académico, a menudo era competitivo con los demás a la hora de responder alguna pregunta o salir a la pizarra. Y a diferencia de los otros niños de la clase, que soñaban con ser policías o bomberos, él quería ser abogado. Pero lo que más le gustaba a Pablo un día de colegio era el momento en que su padre lo recogía. Al levantarse a las ocho y media de la mañana para prepararse ya deseaba que fueran las cinco de la tarde, cosa que le motivaba durante todo el día. Muchos días, pero no todos, Fernando, su padre, le daba un capricho a su hijo dejándole escoger entre los muchos y deliciosos productos que había en la panadería del pueblo. La relación entre Pablo y Fernando era, si pudiera decirse, perfecta. La madre del chico era más estricta, a menudo una imagen soberbia, dura y distante, aunque amaba a su hijo tanto como fuera posible. Pablo no lograba entender el porqué de recibir tanto amor y mano dura a la vez. Por eso se refugiaba en su padre al que veía como una figura ejemplar, un hombre cariñoso, bueno, divertido y contemplativo.

Otro día más en los que Fernando recoge a su hijo. Entran en la panadería.


-¡Pablito! Aquí está el futuro abogado de la panadería, ¿y qué es lo que defenderá…? –Dijo con tono alegre y una sonrisa la dueña de avanzada edad y dependienta de la panadería-.

-¡Las palmeras de chocolate!

La mujer ya le estaba preparando una, es lo que siempre pide Pablo, el dulce que más le gusta de todos. Pero entonces apareció un compañero de su clase y cuando la señora le pregunto a él, éste dijo que quería un cruasán, y afirmaba que era mucho mejor que la palmera. Hacía poco que había en la panadería “es lo más nuevo y es lo mejor”, afirmaba el chico. Pero Pablo no cambio de opinión, nada podía hacerlo, él siempre estaba seguro de lo que le gustaba y lo que no.

Un miércoles, Pablo le contó a su padre una duda que tenía y no sabía cómo resolverla:

-Papá, hoy en el colegio he visto a dos niños que iban juntos todo el rato, no se separaban y no paraban de reírse. Les he preguntado si podía ir con ellos y me han dicho que no.

-¿Y eso hijo?

- Me han dicho que yo no puedo, solo ellos. Que son mejores amigos y que a partir de ahora siempre lo harán todo juntos. Pero no lo entiendo, porque nunca habían hablado hasta hoy... ¿Porqué de repente son tan amigos? Yo también quiero… ¿Y si mañana le digo a otro chico si quiere ser mi mejor amigo y hacerlo todo juntos?

-Eso no lo puedes hacer Pablo…

-¿Porqué?

-Verás, sé de una historia que se parece mucho, ¿quieres oírla? – Pablo, agitó varias veces la cabeza de manera muy rápida en señal de aprobación-.

-Había una vez tres reinos. Al rey del primero le encantaba el chocolate, cosa que hizo que hubiese una gran demanda de éste. El primer reino era el más rico, conocido y  querido por todos, el rey y la reina lograron labrar mucho cariño, que todos sabían y agradecían. Los demás reinos los envidiaban y deseaban conseguir como fuese mejor reputación y mayor riqueza que el primero. Se unieron para conseguirlo. Cuando se enteraron de que al rey le encantaba el chocolate organizaron la mayor convención de chocolates del mundo. Para atraer a gente de todas partes y darse a conocer. A ésta llegó un nuevo y delicioso chocolate, el chocolate blanco. Tanto a un rey como a otro les encantó y empezaron a promocionarlo como “el mejor chocolate de todos”, incluso ordenaron que se escribiese con mayúsculas: Chocolate Blanco. Éste chocolate gustaba a todos, era el mejor manjar, el más deseado. Al primer rey le llegó la noticia y su población empezó a pedir que hubiera chocolate blanco en su reino. El rey y la reina, accedieron ante algo que todos pedían. Cuando el rey lo probó por primera vez le resultó algo indiferente y no podía superar a su chocolate negro. El pueblo quería saber la opinión del rey sobre el chocolate, pero él no quería darla ya que, con la influencia que suponía para los demás, también dejaría de gustarles. El rey, a diferencia de los otros reinos, no quería imponer sus gustos. Todos parecían estar enamorados del chocolate, los dos reinos, unidos, empezaron a crecer económicamente por toda la actividad que comportaba el Chocolate Blanco. Estaban felices ya que veían posible superar al primer reino. Aunque los reyes del primero seguían teniendo la mejor fama como tales, atraía mucho más la idea del nuevo manjar y muchos emigraron a los Reinos Aliados, nombre que adoptó para tener mayor importancia. Tras unos tres años, el chocolate blanco ya aborrecía y la gente se dio cuenta de que le atribuyeron más valor del que realmente tenia. Así que los Reinos Aliados pasaron a ser tierra dónde ya nadie quería estar. La gente prefería reyes justos y buenos a reyes que impusieran lo que les debía gustar. El primer reino recuperó sus habitantes y a muchos más que deseaban un trato mejor. Así pues el primer reino prosperó como nunca antes lo había hecho.

Por lo tanto hijo, esos compañeros tuyos de clase, ahora están súper bien. Pero llegará un momento que al igual que los habitantes de Los Reinos Aliados que se fueron al pasarles esa “fiebre” por el chocolate blanco y ver realmente cómo eran tratados; la amistad entre ellos dos desaparecerá enseguida. Porque es algo falso, algo que han forzado ellos, como el valor que los reyes atribuyeron al chocolate blanco, un valor que en realidad no tenía.

Pablo entendió la reflexión que le hizo su padre y vio la relación entre la historia y su situación. Sus dudas se resolvieron. Estaba seguro de que todo iba a salir bien, pues no podía ser de otra forma si su padre se lo aseguraba.


No idealicéis algo hacia lo máximo, hacia lo mayor,

porque a partir de entonces todo placer os parecerá el menor.