La historia de cómo un padre y tres reyes enfrentados por un mismo manjar solucionaron las dudas de un niño.
Este es un niño de tan solo siete
años que espera con mucho entusiasmo que su padre le venga a buscar al colegio.
Vivían a unos veinte minutos caminando del colegio. A Pablo le gustaba el
colegio, era un alumno destacado en cuanto a lo académico, a menudo era
competitivo con los demás a la hora de responder alguna pregunta o salir a la
pizarra. Y a diferencia de los otros niños de la clase, que soñaban con ser
policías o bomberos, él quería ser abogado. Pero lo que más le gustaba a Pablo
un día de colegio era el momento en que su padre lo recogía. Al levantarse a
las ocho y media de la mañana para prepararse ya deseaba que fueran las cinco
de la tarde, cosa que le motivaba durante todo el día. Muchos días, pero no
todos, Fernando, su padre, le daba un capricho a su hijo dejándole escoger
entre los muchos y deliciosos productos que había en la panadería del pueblo. La
relación entre Pablo y Fernando era, si pudiera decirse, perfecta. La madre del
chico era más estricta, a menudo una imagen soberbia, dura y distante, aunque
amaba a su hijo tanto como fuera posible. Pablo no lograba entender el porqué
de recibir tanto amor y mano dura a la vez. Por eso se refugiaba en su padre al
que veía como una figura ejemplar, un hombre cariñoso, bueno, divertido y
contemplativo.
Otro día más en los que
Fernando recoge a su hijo. Entran en la panadería.