La historia de cómo un padre y tres reyes enfrentados por un mismo manjar solucionaron las dudas de un niño.
Este es un niño de tan solo siete
años que espera con mucho entusiasmo que su padre le venga a buscar al colegio.
Vivían a unos veinte minutos caminando del colegio. A Pablo le gustaba el
colegio, era un alumno destacado en cuanto a lo académico, a menudo era
competitivo con los demás a la hora de responder alguna pregunta o salir a la
pizarra. Y a diferencia de los otros niños de la clase, que soñaban con ser
policías o bomberos, él quería ser abogado. Pero lo que más le gustaba a Pablo
un día de colegio era el momento en que su padre lo recogía. Al levantarse a
las ocho y media de la mañana para prepararse ya deseaba que fueran las cinco
de la tarde, cosa que le motivaba durante todo el día. Muchos días, pero no
todos, Fernando, su padre, le daba un capricho a su hijo dejándole escoger
entre los muchos y deliciosos productos que había en la panadería del pueblo. La
relación entre Pablo y Fernando era, si pudiera decirse, perfecta. La madre del
chico era más estricta, a menudo una imagen soberbia, dura y distante, aunque
amaba a su hijo tanto como fuera posible. Pablo no lograba entender el porqué
de recibir tanto amor y mano dura a la vez. Por eso se refugiaba en su padre al
que veía como una figura ejemplar, un hombre cariñoso, bueno, divertido y
contemplativo.
Otro día más en los que
Fernando recoge a su hijo. Entran en la panadería.
-¡Pablito! Aquí está el
futuro abogado de la panadería, ¿y qué es lo que defenderá…? –Dijo con tono
alegre y una sonrisa la dueña de avanzada edad y dependienta de la panadería-.
-¡Las palmeras de chocolate!
La mujer ya le estaba
preparando una, es lo que siempre pide Pablo, el dulce que más le gusta de
todos. Pero entonces apareció un compañero de su clase y cuando la señora le
pregunto a él, éste dijo que quería un cruasán, y afirmaba que era mucho mejor
que la palmera. Hacía poco que había en la panadería “es lo más nuevo y es lo
mejor”, afirmaba el chico. Pero Pablo no cambio de opinión, nada podía hacerlo,
él siempre estaba seguro de lo que le gustaba y lo que no.
Un miércoles, Pablo le contó
a su padre una duda que tenía y no sabía cómo resolverla:
-Papá, hoy en el colegio he
visto a dos niños que iban juntos todo el rato, no se separaban y no paraban de
reírse. Les he preguntado si podía ir con ellos y me han dicho que no.
-¿Y eso hijo?
- Me han dicho que yo no
puedo, solo ellos. Que son mejores amigos y que a partir de ahora siempre lo
harán todo juntos. Pero no lo entiendo, porque nunca habían hablado hasta
hoy... ¿Porqué de repente son tan amigos? Yo también quiero… ¿Y si mañana le
digo a otro chico si quiere ser mi mejor amigo y hacerlo todo juntos?
-Eso no lo puedes hacer
Pablo…
-¿Porqué?
-Verás, sé de una historia
que se parece mucho, ¿quieres oírla? – Pablo, agitó varias veces la cabeza de
manera muy rápida en señal de aprobación-.
-Había una vez tres reinos. Al rey del primero le encantaba el chocolate,
cosa que hizo que hubiese una gran demanda de éste. El primer reino era el más
rico, conocido y querido por todos, el
rey y la reina lograron labrar mucho cariño, que todos sabían y agradecían. Los
demás reinos los envidiaban y deseaban conseguir como fuese mejor reputación y
mayor riqueza que el primero. Se unieron para conseguirlo. Cuando se enteraron
de que al rey le encantaba el chocolate organizaron la mayor convención de
chocolates del mundo. Para atraer a gente de todas partes y darse a conocer. A
ésta llegó un nuevo y delicioso chocolate, el chocolate blanco. Tanto a un rey
como a otro les encantó y empezaron a promocionarlo como “el mejor chocolate de
todos”, incluso ordenaron que se escribiese con mayúsculas: Chocolate Blanco. Éste
chocolate gustaba a todos, era el mejor manjar, el más deseado. Al primer rey
le llegó la noticia y su población empezó a pedir que hubiera chocolate blanco
en su reino. El rey y la reina, accedieron ante algo que todos pedían. Cuando
el rey lo probó por primera vez le resultó algo indiferente y no podía superar
a su chocolate negro. El pueblo quería saber la opinión del rey sobre el
chocolate, pero él no quería darla ya que, con la influencia que suponía para los
demás, también dejaría de gustarles. El rey, a diferencia de los otros reinos,
no quería imponer sus gustos. Todos parecían estar enamorados del chocolate,
los dos reinos, unidos, empezaron a crecer económicamente por toda la actividad
que comportaba el Chocolate Blanco. Estaban felices ya que veían posible
superar al primer reino. Aunque los reyes del primero seguían teniendo la mejor
fama como tales, atraía mucho más la idea del nuevo manjar y muchos emigraron a
los Reinos Aliados, nombre que adoptó para tener mayor importancia. Tras unos
tres años, el chocolate blanco ya aborrecía y la gente se dio cuenta de que le
atribuyeron más valor del que realmente tenia. Así que los Reinos Aliados
pasaron a ser tierra dónde ya nadie quería estar. La gente prefería reyes
justos y buenos a reyes que impusieran lo que les debía gustar. El primer reino
recuperó sus habitantes y a muchos más que deseaban un trato mejor. Así pues el
primer reino prosperó como nunca antes lo había hecho.
Por lo tanto hijo, esos
compañeros tuyos de clase, ahora están súper bien. Pero llegará un momento que al
igual que los habitantes de Los Reinos Aliados que se fueron al pasarles esa
“fiebre” por el chocolate blanco y ver realmente cómo eran tratados; la amistad
entre ellos dos desaparecerá enseguida. Porque es algo falso, algo que han
forzado ellos, como el valor que los reyes atribuyeron al chocolate blanco, un
valor que en realidad no tenía.
Pablo entendió la reflexión
que le hizo su padre y vio la relación entre la historia y su situación. Sus
dudas se resolvieron. Estaba seguro de que todo iba a salir bien, pues no podía
ser de otra forma si su padre se lo aseguraba.
No idealicéis algo hacia lo
máximo, hacia lo mayor,
porque a partir de entonces todo
placer os parecerá el menor.